jueves, 17 de noviembre de 2011

EL REGRESO

Sirenas celestes

-ANO. Reikiavik. Todo esta dispuesto tan milimétricamente que, más que un concierto, parece una ejecución. Las dos cantantes se han vestido con sus mejores trajes. La noche de gala comenzará. Cada segundo los acerca a la llegada de los alienígenas; ellos son los únicos que comprenden las miradas de los dos cantores con salientes pómulos. Los extratraterrestres han develado el sentido de comerse los mocos y  ponerse helados de frambuesa en la frente luego de untarlos como un labial en las vírgenes bocas de los artistas. Muchos han dicho que esta noche será la libertad. Para la pareja de cantoras es el comienzo que no se les dio a los Raelianos. Cuando emitan la primera nota de su canto, un rugido como el de las sirenas que sedujeron a la tripulación de Odiseo, anegará las conexiones nerviosas de los alienígenas que, en ese momento, estén cruzando el sistema solar, mirando con desdén y algo de sospecha ese punto azul en el que hay miles de millones de proyectos de cadáveres. Al fin y al cabo nos vamos a morir, dirá un extraterrestre a su compañero mediante telequinesis, el otro guardará silencio y, embriagado por el canto de los dos sujetos que están en ese planeta, ordenará a su aeronave para que ingrese a la atmósfera terrestre. El vehículo sideral se posará sobre las cabezas de los dos cantantes. Nadie advertirá la llegada salvo ellos dos que, antes de que termine la canción, caerán al piso sufriendo convulsiones y, cuando los lleven al hospital, ya será muy tarde porque se han marchado a la costelación cóndor. Entonces, se confundirán los alienígenas y las cantoras y ya ninguno sabrá quién es quién. Y ya nada importará.

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