domingo, 17 de julio de 2011

EL JUEGO QUE NUNCA ACABA

-ANO. Arizona. Aún lo hace con la fe de que, con el próximo martilleo contra el tambor de la pistola, morirá y conocerá el inasible rostro de Dios. Coloca el tubo del arma en su sien derecha, que ya tiene un lunar rojo de tantos intentos fallidos, y dispara sin apretar ni los ojos ni los dientes. ¡Pum!, hace la onomatopeya con su boca mientras que su arma queda muda, sin emitir el resplandor de un disparo. Así hace cada quince minutos, luego de recordar una vida que no tuvo pues desde que cumplió los doce años, es decir, hace dos décadas, no hace otra cosa que intentar un autoasesinato en la vitrina de un local donde venden armas en  el centro de Tucson.

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