miércoles, 7 de septiembre de 2011

ESPERANDO AL HURACANADO AMOR

-ANO. Port-au-Prince. El mar puede destruirlo todo y borrar esa destrucción. Benoit Foucault está seguro de ello. Las noticias de los huracanes han renovado su esperanza; por fin el cólera y el terremoto habrán de olvidarse;  la furia del viento  arrastrará a vivos y muertos. Benoit juzgará a cada uno de los seres que han habitado la isla, él, que está sentado a la derecha del padre, vestirá de neumáticos el cuerpo de Nene Doc y lo incendiará para siempre en el inferno. Benoit, el cordero de Dios, purificará ese paraíso en el que vejaron a sus antepasados traídos de Benín. El reino de los cielos es de Benoit, a su feudo llegarán los bienaventurados que duermen sobre escombros y deliran de colérica fiebre. “Padre mío, dispénsame un trago más amargo para soportar esta amargura que embarga a mi corazón”, le pide Benoit a Dios de rodillas en la playa, cerrando los ojos, juntando sus manos y llorando un poco porque le teme a los huracanes que lo purificarán a él y a su pueblo, el nuevo pueblo de Dios.

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