martes, 4 de octubre de 2011

ADIOS, ROCINANTE

Ultimas tardes de Rocinante
-ANO. Caparrapí. La muerte y los nombres atraviesan los siglos. Mucho antes del caballo que desapareció y volvió a aparecer como un poltergeist en la vida de Don Qujote, “Rocinante” vibraba en las cuerdas vocales de los labriegos que habitaron los campos de la península ibérica. Después de que el hidalgo de la mancha recobrara la cordura, su caballo exhaló la tristeza necesaria para terminar convertido en carne de banquete para vagabundos. Burton, el autor de la “Anatomía de la melancolía”, confiesa que el germen de su obra fue la inquietud que le generó la agonía del caballo de  Alonso Quijano. Rocinante ha sido un nombre que se ha transformado en Rocina;  muchas mujeres lo han padecido en los últimos años, con el lastre de ser las ideales compañeras de un caballo que surcó distintos parajes en pos de la gloria y el amor de quien lo cabalgaba. Una de ellas, que nació y murió en el mismo pueblo, que fue operada, por error, de una pierna cuando tenían que hacerle la intervención de la otra, ha fallecido esperando un hígado y un riñón que nunca llegaron. Adiós, Rocinante.

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