lunes, 17 de octubre de 2011

EL DÍA DEL JUICIO

Ubeimar en plena redención
-ANO. Zipacón. Al cumplir los treinta años Ubeimar abandonó su patria y los lagos de su patria, y se fue a la montaña. Diez años después, bajó para percutir los mensajes que le dieron tantas noches de hambruna y goce solitario gracias a su mano impertérrita, esa que le sirve para agarrar los chicharrones que humedecen sus labios como si fueran rouge. Entonces le dijo a su pueblo que habría de llegar el día en que iba a juzgar a vivos y muertos. Sentenció que los justos eran aquellos que se sintieran como una cuerda tensada sobre un abismo, aferrándose a oraciones sin destinatario y  que los demás serían condenados gracias a su amor implacable. Todos rieron. Los poetas se inspiraron en él y crearon versos que les sirvieron para  viajar a festivales organizados en todo el mundo. Los artistas hicieron happenings e instalaciones que ganaron licitaciones estatales para eventos deportivos hechos por la nación. Los periodistas y noveles escritores lo entrevistaron y obtuvieron premios de periodismo. Un reportero gráfico se hizo a un Pullitzer por fotografiar a Ubeimar defecando en un parque mientras un perro escuálido comía lo que recién salía del ano del profeta. Ahora, todos ellos y muchos más, temen que Ubeimar, sentado en el trono desde el que habrá de juzgarlos, los condene  a la mendicidad del purgatorio. Él sigue comiendo chicharrones, taponando las arterias coronarias que alimentaron su corazón tan henchido de orgullo y  que artistas, poetas y escritores, arponearon con la estrechez de sus miradas.


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