-ANO-D.F. Hasta que el destino se le manifestó. La tristeza perduró en su cadáver, y ni siquiera los ángeles más pétreos pudieron consolarlo, pues su cuerpo, como el llano, estaba en llamas. Una lengua de fuego ha comenzado a incendiar el cielo. Los santones y las monjas han utilizado infructuosamente extinguidores celestiales para apagar al miserable. Nada ha sido suficiente y él, entre sus gritos, y tras la cortina de candela que ocultaba sus ojos, le dijo al difunto Jesús: "No intentes apagarme. ¿No ves que ando enamorado?" Jesús, metiendo su brazo dentro de los barrotes encendidos, le palmó la frente y le cerró los ojos con dos besos de escarcha y agregó: "En el paraíso hace frío. Mucho frío." El otrora incendiado continuó quemándose pero con hielo, hielo divino.
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