lunes, 10 de octubre de 2011

EL FIN

Aurelio, recién muerto
-ANO. Caracas.  Aurelio se fue haciendo pequeño. Lo expulsaron del asilo de ancianos por su tamaño. Caminó por las calles de su natal Caracas, atestiguando las marchas enfurecidas de los politiqueros; muchas veces estuvo a punto de ser aplastado por la suela de algún vulgar proselitista que gritaba a favor o en contra del gobierno. Siempre escapó.  Aurelio se fue haciendo pequeño, y, de tanto empequeñecer, buscó cobijo. Se alojó entre los escombros de edificios destruidos, en madrigueras de ratas que se reproducían sin parar, bajo los automóviles que aparcaban en estacionamientos a cielo abierto. Nada mitigó su desamparo. Hasta que un día, viendo a una embarazada, lo supo: Debía introducirse como un parásito o un pene de macho cabrío en la vagina de alguna mujer. Lo hizo. Embarazó a una hembra que jamás supo si fue su marido o su amante quien la preñó. Aurelio nadó en el líquido amniótico y pensó en el amor, la gracia y la desgracia de enamorarse de alguien que jamás conoció. Hasta que murió sin que el mismo se diera cuenta. Los médicos hablaron de un aborto espontáneo. La mujer embarazada, también.

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